Concurso literario IES Rayuela. Primer Premio Bachillerato.
En la ciudad había dos mudos. Estaban siempre juntos. Cada mañana a primera hora salían de la casa en la que vivían y bajaban por la calle en dirección al trabajo, cogidos del brazo.
Los hermanos Julia y Nacho Sarossa hacía menos de un año que formaban parte del Circo de la Luna y sin embargo ya se habían colado en los corazones de sus compañeros. Todos allí lo apreciaban; se sentían cómodos a su lado, escuchados. Y, no. No es una broma de mal gusto. Era su mera compañía la que los hacía sentirse comprendidos, lo que les recordaba que no estaban solos.
Como es lógico, Nacho y Julia solo hablaban por signos entre sí y era muy gracioso verlos discutir: cuando Julia daba por terminada la conversación cerraba los ojos y dejaba a Nacho gesticulando solo. Este normalmente le daba una patada al suelo y se iba a practicar acrobacias. Las peleas, no obstante, no duraban mucho. Los Sarossa se tenían un amor fraternal muy profundo y una confianza tremebunda. Julia sabía que su hermano jamás la soltaría o fallaría en atraparla. Nacho era consciente de que su hermana se fiaba de él.
La envidia empezó a aflorar en el corazón de algunos otros artistas como los payasos o el mago. Era muy difícil escribir chistes y contárselos a un público crítico sin bases como lo era la muchedumbre de la ciudad. No era nada fácil entrenar la labia para llevar a cabo la farsa que es un truco de magia. Eso era un don. Pero dar volteretas por los aires lo podía hacer cualquiera y sin embargo eran Mudito y su hermana gemela los que se
llevaban la ovación y cariño del público. Qué rabia.
El día de la última actuación en aquella ciudad que tan bien había acogido a los
Sarossa casi todo el mundo acudió al circo para despedir a la compañía hasta la próxima
vez que volvieran. La actuación de cierre era la más esperada. Julia y Nacho aguardaban
tras el telón echándose polvos de talco.
“¿Estás listo?”, gesticuló ella. Él asintió.
—Por favor, démosle un fuerte aplauso ¡a los hermanos Sarossa! —dijo el director.
Los gemelos salieron tras el telón y los ya comenzados vitoreos aumentaron su
volumen. Saludaron al público y empezaron su número.
La actuación ya casi había acabado. El ejercicio final era el trapecio, el más
espectacular pues Nacho y Julia, sin necesidad de cuerdas de apoyo, se lanzaban sin
miedo al vacío haciendo uso de la fuerza de sus brazos.
Era el momento de que Julia se soltara para agarrarse a sus manos gemelas. Compartió
una mirada con Nacho y se dispuso a soltarse. El mago y los payasos se aseguraron de
que el trapecio de Julia se soltara antes de lanzarse. Y para cuando esta quiso tomar
impulso ya fue demasiado tarde. Cruzó otra mirada con su hermano, ambos se estiraron lo más que pudieron, pero sus dedos apenas llegaron a rozarse. Nacho vio cómo su hermana se precipitaba al vacío mientras él se columpiaba. Y antes de que Julia impactara contra el suelo, cerró los ojos.
¡Pum!
El circo se quedó en silencio. Un silencio que se expandía hasta el último rincón de la carpa.
¡Pum! —sonó otro golpe.
Nacho no podía vivir sin su hermana.