Cabeza de toro
Me encuentro frente a frente con el chico. Mi mirada llena de ira le indica que estoy listo para atacar, pero en ese momento un escalofrío recorre mi espalda dándome cuenta de que puedo llegar a morir. Recuerdo cómo acabé así,y la razón es porque yo nací con cabeza de toro y cuerpo de humano.Desde pequeño nunca fui amado por mis padres, al punto en el que mi padre mandó construir un laberinto en el cual encerrarme.Desde que tengo memoria estuve encerrado allí sin compañía ni nada que me distraiga de la realidad, nunca tuve a nadie salvo a mi mismo.
Este año,como todos, mi padre ordenó que se me fueran entregados siete jóvenes, eso se hacía para evitar guerras y servía para alimentarme.
Ahora estoy siendo avisado que en unos días los muchachos serán trasladados a mi laberinto.
Con ansias espero a que vengan esos chicos.Cuando por fin llegan, mi mirada se queda fija en sus rostros: todas sus caras muestran miedo y horror ,menos la de un extraño muchacho. Al ver esto, me enfurecí, y en un rápido movimiento maté a uno de ellos.Con el paso de unos cuantos minutos acabé con todos menos con ese joven que dice llamarse Teseo,qué horrible nombre.
Me encuentro frente a frente con él. Mi mirada llena de ira le indica que estoy listo para atacar, pero en ese momento un escalofrío recorre mi espalda dándome cuenta de que puedo llegar a morir.Estaba recordando cómo acabé así, pero él me sacó de mis pensamientos al darse un golpe; yo,obviamente, no me iba a quedar atrás y le di otro, pero lo esquivo, aún así intenté golpearlo de nuevo, pero sorprendentemente él era mejor que yo, nunca en la vida me había sucedido algo tan extraño.
–¿Cómo puede ser esto posible?–dije con una asqueada voz
–¿Cómo puede ser que …? Simplemente acepta que soy mejor que tú–dijo Teseo.
Eso me enfureció aún más y empezamos de nuevo a pelearnos.Teseo no se veía para nada dolorido; en cambio, yo ya no podía más, estaba cansado,mi cuerpo estaba cubierto de sangre por culpa de sus golpes.
Cuando no pude resistir más, caí al suelo con mis rodillas y él, en un ágil movimiento, clava su espada en mi pecho dejándome en el suelo. A mi alrededor se está formando un charco de sangre y mientras cierro mis ojos puedo ver su cínica sonrisa. Esta es la imagen que veo antes de dar mi último respiro.
Denisa Marina Pinzaru 2CESO