Me desperté, y lo primero que noté fue que estaba en una cama, en una habitación desconocida para mí. Era blanca, podía ver de reojo que había una ventana a mi izquierda, desde la que se veía un edificio grande que no pude reconocer; a mi derecha, había unos aparatos que no supe identificar puesto que no podía girarme a verlos. Lo único que sabía era que emitían un pitido infernal, intermitente y agudo que me taladraba los oídos. Frente a mí, había una puerta blanca, pero no era del mismo color que la pared, ésta tenía un tono más oscuro y, tras ella, se oían voces; no pude reconocer ninguna, y eso me puso más nervioso. Estaba casi seguro que era la habitación de un hospital. Al cabo de unos segundos, entró una mujer con vestimenta de enfermera y confirmé mi duda.

    -¡Por fin despiertas!-dijo con voz alegre- Iré a informar a tu enfermera.

    Quise preguntarla que hacia yo allí, pero mi boca no pudo articular palabra. No podía moverme, tampoco sentía las sábanas rozándome, solo era capaz de sentir un leve dolor en el lado izquierdo de mi cuerpo. Volvió a entrar la mujer de antes con otra enfermera que se iba a ocupar de mí. 

    -Ya me ha contado mi compañera que te acabas de despertar.-dijo ella mientras se acercaba a la máquina.

    Intenté preguntarle a ella pero, de nuevo, solo emití un ruido incomprensible.

    -No intentes hablar, te hemos sedado para que no te duela mucho-dijo en tono tranquilizador-. Después de ese golpe que te diste vas a tener que estar un buen tiempo en reposo, tienes que ir acostumbrándote. 

    Ella siguió hablando pero dejé de escucharla cuando me nombro lo del golpe. Empecé a recordar, aunque sin mucho detalle, que iba a mi casa en coche después haber estado trabajando, y un loco que conducía en dirección contraria, chocó contra mí y perdí el conocimiento en el acto.

    Volví a prestar atención a la enfermera. Me estaba hablando de algo relacionado con unas operaciones, pero no me enteré de nada. Ella se despidió y me dijo que se pasaría más tarde a verme. Me quedé otra vez solo en aquella habitación blanca y con aquel pitido. Pude apreciar por la poca luz que entraba por la ventana que era de noche, e intenté dormirme. No pude hacerlo, no podía parar de pensar en aquellas imágenes que me venían a la cabeza, pero a pesar de esto, no conseguía recordar cómo llegué al hospital tras el accidente.

    Al día siguiente, entró mi enfermera en la habitación acompañada de unos celadores y me sacaron al pasillo para llevarme al quirófano.

    -Felicidades Samuel, milagrosamente, esta es ya tu octava y última operación, ya solo queda arreglar esa rodilla, aunque tiene buen aspecto-dijo para tranquilizarme.

    Intente sonreírla pero me salió una mueca extraña que la hizo reír.

    -Pues ya estamos aquí, yo me tengo que ir.

    Me dejó en manos de los cirujanos y me anestesiaron. 

    Me desperté en mi habitación, ésta vez podía moverme y hablar, aunque con dificultad, estaba cansado y me dormí. Me despertó mi enfermera al entrar en la habitación.

    -¿Cómo está?- me dijo mientras me señalaba la rodilla-.

    No tenía muchas ganas de hablar pero me vi en la obligación de hacerlo.

    -Bien supongo, no siento nada de cintura para abajo- contesté-

    -Normal, no ha pasado mucho tiempo desde la operación- dijo mientras le ponía algo al gotero.

    Empezó a mirar las maquinas y a compararlas con algo que no alcanzaba a ver, masculló algo que no escuché y abandonó la habitación. Pasaba el tiempo y ella siempre hacía la misma rutina. Yo me iba sintiendo mejor y a las tres semanas me dieron el alta. Lo primero que hice al salir fue pedir un carruaje para que me llevara a mi casa en un pequeño pueblo al sur de Mendoza. Apenas fueron dos horas de viaje por lo que no me tuve que preocupar demasiado por el coste del cochero. 

    Llegué a mi casa a principios de verano, tras cuatro meses hospitalizado. Recibía visitas de familiares, amigos y compañeros de trabajo diariamente y, aunque lo apreciaba, me angustiaba no poder olvidar el accidente. Quería olvidarme de todo, desconectar y consideré varias opciones, pero la que elegí finalmente fue irme a mi otra casa, en un pueblo cercano a Punta Loyola, un pueblo al sur de Argentina, en Santa Cruz. Me dispuse a ello y empecé a preparar el equipaje. 

    Salí de mi casa a las doce y veinte de la mañana, fui al garaje y allí estaba mi coche como si no le hubiera pasado nada, ya que tenia una amistad cercana con el mecánico de la ciudad, y éste se ofreció a reparármelo por un bajo coste y después, llevármelo al garaje. Cogí el coche y me dirigí hacia Santa Cruz. Era un viaje largo y aburrido porque el paisaje era monótono, con el ambiente seco, había escasos tramos de cultivos, no se veía ningún animal y el camino por el que iba era de tierra. Tampoco se veía ningún coche, cosa que agradecí porque desde el accidente cada vez que veía uno me ponía en tensión. Al cabo de varias horas por ese camino, llegué a un pueblo donde aproveché para hacer una parada e ir a comer algo.

    Entré en el primer bar que vi. Era oscuro, había una mezcla de olores, entre los que pude distinguir el tabaco y la madera vieja. Al fondo, la barra, donde estaban sentados tres individuos de gran envergadura. Había escasas mesas, pero ya estaban ocupadas, así que me vi obligado a acercarme a la barra. Pedí algo para comer y un vaso de agua. En ese momento sentí las miradas de aquellos tres desconocidos. No fue hasta que me volví cuando se dirigieron a mí:

    -Tú, forastero, la mejor agua está en el abrevadero-dijo con tono de burla el que se encontraba a la derecha.

    -Vete a beberla tú-mascullé mientras volvía la cabeza.

    -¡Qué le has dicho!- se levantó el de en medio desafiante y se situó ante mí.

    -Sólo le he invitado a beber tan buen agua-apostillé.

    -¿¡Pero tú quién te has creído que eres!? No permitiré que un forastero cualquiera entre a nuestro bar a reírse de nosotros-apuntó el que hasta el momento había permanecido callado.

    -¿Qué vas a hacer para impedirlo?-añadí mientras me enfadaba.

    -Te desafiaré a una pelea a cuchillo, si la aceptas, coge ese de ahí y sal fuera-me dijo con tono amenazante.

    Empuñé aquel cuchillo desafilado pero capaz de penetrar la piel y salí a la calle, tenía miedo, pero ya había tomado una decisión y echarme atrás ya no era una opción.

Fernando Rodríguez

Nota: a partir del esquema argumental del cuento El sur, de Jorge Luis Borges, los alumnos elaboraron, usando las distintas técnicas narrativas, un relato que siguiera las mismas reglas de la historia. El relato de Fernando Rodríguez, ahora alumno de 1º de Bachillerato, es una muestra de este ejercicio de clase.

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