Graduación de Segundo de Bachillerato 2020/2021

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Una nueva promoción de los alumnos del IES Rayuela se gradúan en Segundo de Bachillerato. Os dejamos por aquí el discurso que escribió para el acto el profesor de Lengua Raúl López Cazorla. Para conseguir las fotos y el vídeo del acto, no dudes en escribir al IES Rayuela o en pedirlas a algunos de los protagonistas del día.


Buenos días a todos y a todas. Hoy nos hemos reunido aquí, con sana distancia y bajo techos altos, a celebrar que un curso escolar de Segundo de Bachillerato extremadamente inusual ha terminado y que una nueva promoción de sus estudiantes se gradúan, o a punto están, y se despiden del IES Rayuela, vuestra casa los últimos seis años… Qué año más raro, ¿verdad? Si el año pasado fue el año del shock, del miedo, del encerramiento y de la incertidumbre, este ha sido el año sin rostro. A una amplia mayoría de mis estudiantes no los he visto nunca sin mascarilla (y cuando digo, nunca, quiero decir nunca), y a ellos les pasará, imagino, otro tanto de lo mismo con algunos de sus compañeros y compañeras, y tal vez hasta con profesores… No nos hemos visto la cara. Aún no hemos salido de la pandemia, y aunque mantengamos la naturalidad–hemos terminado el curso olvidándonos de que llevamos mascarilla–, sabemos perfectamente que este año ha descosido por completo las viejas rutinas académicas: la presencialidad se ha codeado con las clases online, las clases se han encogido, los termómetros y el gel hidroalcohólico han estado a la orden del día… Quedémonos con su cierre: el curso escolar 2020/2021 ha tenido un final feliz científicamente hablando: la vacunación comenzó en un tiempo récord, a finales del 2020, y con suerte, y si todo sigue como va, a finales del verano tendremos vacunada a más del 70% de la población. Nunca, jamás, el ser humano se había defendido tan rápido ante un virus completamente desconocido. Para el sida y para muchísimas otras enfermedades zoonóticas, no hay aún cura, porque en general hace falta tiempo, mucho tiempo. Para combatir la peste, hicieron falta milenios; para la polio, siglos; para la influenza, la llamada gripe española de 1918, décadas; para el SARS-COV 2, un año. Que las malas noticias no nos impidan ver las buenas, y es que a este virus, terriblemente contagioso, se lo ha combatido con el sistema público de salud, con la cooperación y, sobre todo, con la ciencia. Y ahí llegamos al punto del que me interesa hablar hoy, en este día de diplomas verdes y signos de gratitud, del que no podréis escapar sin oír una vez más, como en tantas clases de vuestros pesados profesores, que el aprendizaje es vital para el ser humano.Vital. Creo que nunca lo entendimos de forma tan evidente como en estos dos últimos años. 

Es raro. Se suele confundir el aprendizaje con el estudio, y ambos con aprobar una asignatura. Todos sabemos, sin embargo, que no son términos intercambiables. Estudiar suele ir asociado a una enseñanza reglada y, por tanto, suele arrastrar las connotaciones de lo obligatorio, lo ineludible y a veces pesaroso; aprender, en cambio, se produce en muchos ámbitos de la vida, no solo en el académico. Aprobar, ya lo sabemos, se circunscribe exclusivamente al campo de la evaluación. Por esa razón, creo que va siendo hora de que hagamos un elogio estruendoso del aprendizaje por encima de las otras dos. En estos tiempos y ritos de paso, títulos de formación y pruebas de acceso, no debemos olvidar, aunque parezca naif, que lo más importante de todo, lo más valioso de todo, es aprender. Voy a ver si me explico.

Hace poco preguntaba a alumnos de Segundo de Bachillerato qué iban a estudiar en el futuro. Surgieron muchas respuestas, pero debajo de muchas latía la amenaza del futuro y, sobre todo, del trabajo. No se puede negar (sería un iluso si lo hiciera) que el mercado laboral tiene los tentáculos muy largos, y que muchos de ellos alcanzan a la formación que buscan los estudiantes. Vivimos tiempos de competitividad atroz, en los que por desgracia la metáfora deportiva, ganar o perder, alcanza a los estudiantes. ¿Cómo podemos criticar que un alumno oriente su carrera académica pensando en sus salidas laborales o en su hipotético salario? Creo que nadie se atrevería. Tampoco podemos negar que el trabajo futuro es una de las condiciones que más pesan en las decisiones de un estudiante. El qué quiero ser de mayor, esa pregunta que se formula desde la más tierna infancia, pesa sobre las decisiones académicas del estudiante. No obstante, a mí, como profesor y como ciudadano, me gustaría hacer una defensa a ultranza de algo romántico, contrario a los principios pragmáticos de nuestra época, pero absolutamente fundamental: aprender por gusto, aprender porque te interesa un tema, aprender sobre un tema (los virus, la caída del imperio romano o Nietzsche) porque te apetece, porque mola, no porque te lo hayan pedido en clase o porque valga para subir nota. Aprender lo que te dé la gana cuando te dé la gana. No estoy hablando de que estudiar lo que te gusta es siempre más fácil, que también; estoy diciendo que uno, estudie lo que estudie, se matricule en lo que se matricule, puede aprender sobre lo que quiera basándose en un principio humano universal: somos curiosos. Nos gusta preguntarnos las cosas. Queremos entender el mundo. Y ya digo, no tiene por qué ser reglado o pasar por los estudios. Aprendemos cuando un amigo o una amiga nos explican cómo utilizar una app nueva; aprendemos cuando nuestros padres nos enseñan los rudimentos básicos de la cocina; aprendemos cuando nos internamos en la edad madura sin padres y sin compañeros de clase… El aprendizaje es amplio y variado, pero sobre todo, creo, debe aspirar al placer. Aprender cosas que nos gusten, aunque no tengan ninguna utilidad, aunque no sirvan para nada, aunque no me den una ventaja comparativa. Aprender a tocar un instrumento o a escribir una novela porque te apetece.  Sin más. Dejémonos de emular a la operación triunfito o a los pupilos de Másterchef, cuyo principal objetivo parece ser asombrar al jurado y ganar, siempre ganar, más que disfrutar. Me resulta más educativa y veraz  la frase de Jorge Dioni López: cuando dejamos de competir, ganamos. Aprender por puro entretenimiento, disfrute o curiosidad. Aprender sobre los coleópteros, como hacía Darwin de pequeño, porque te provocan curiosidad, porque te llaman la atención, porque disfrutas. Y recordad cómo terminó el señor Darwin, un estudiante en ciernes de teología que se embarcó en un viaje alrededor del mundo, que duraría casi cinco años, a causa de una intuición y un deseo: aprender sobre la evolución de las especies. Dudo que Darwin supiera hacia dónde le llevaría ese viaje y todas las consecuencias que tendría para su vida y la ciencia, pero sin duda la motivación primera de su viaje y de su investigación no fue el éxito, ni el reconocimiento, ni siquiera las salidas laborales. De hecho, para el gran libro de su vida, El origen de las especies, necesitó más de veinte años de dudas y preguntas. Darwin, efectivamente, no tenía ninguna prisa. 

En fin, que creo que está bien que desde tribunas como esta se repita que lo más valioso de todo es el aprendizaje, el querer saber más de lo que viene en la entrada de la Wikipedia (las cuales, por cierto, suelen estar redactadas de manera impecable), lo que a veces nos conduce a nuevas preguntas y nuevos aprendizajes. Al fin y al cabo, no está mal recordar, en estos tiempos de ruido y big data y tormentas de novedades, una frase lúcida del coreano Byung Chul Hang: “La información no siempre es conocimiento”. Efectivamente: saber lo que ha pasado en el día no siempre nos hace comprender por qué han pasado así las cosas. Los hechos no bastan. Hacen falta otras herramientas. Los profesores, no solo los del IES Rayuela, desde nuestro oficio, con todos nuestros errores, con toda la carga de enseñanza reglada que pesa en nuestras asignaturas (y lo que las conduce muy a menudo a las tierras de estudiar y aprobar) nos gustaría haber contribuido un poquito a ese amor al aprendizaje. La letra con sangre entra, como bien dicen, pero cuando entra sin sangre, perdura, genera mucha más letra y, sobre todo, alegra el espíritu. Muchas gracias.

Raúl López Cazorla, profesor de Lengua Castellana y Literatura.

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